Mi esposo falleció cuando mi hija tenía 5 años. Cada año desde 2006 le preparamos su ofrenda, donde sea que hemos estado: Australia, California, el DF. En la noche cuando el primero se convierte en el 2 de noviembre estamos ahí esperándolo. A veces invitamos a amigos pero ya se habrán ido a su casa a esa hora y nosotras lo esperamos. Olemos la fragrancia de numerosas cempasúchiles y vemos las velas o nos ponemos melancólicas. En mi mente le hablo a Enrique. Le cuento qué pasó en la vida de su hija este año. Este ejercicio mental es parte de mi ofrenda. No es sólo los mazapanes o sus platillos favoritos o los artefactos que guardamos de su vida como su pañuelo de Cruz Azul y sus chanclas gigantescas. Más que comer o volver a usar su ropa, él quisiera saber las noticias, que cómo está su hija y qué hay de nuevo en su vida y su desarrollo como ser humano. Contarle a él sobre ella es la ofrenda que le hago por lo menos una vez al año, pero la ofrenda que hacemos constantemente a los muertos es mantenerlos presentes en nuestra memoria y nuestra identidad. Sin nuestros antepasados no podríamos existir. No seríamos quienes somos. Podemos ignorar eso por completo, o lo podemos reducir a etiquetas de utilidad limitada como “mexicano” o podemos intentar comprender la historia con más profundidad.
Hoy después de ver nuestro programa favorito (Bronco: la serie) mi hija me dijo “Do you think I count as Latina? Because people seem to think I’m not Latina and I’m starting to wonder if maybe I’m not.” Y con la ayuda de Google le expliqué que ese término se usa en Estados Unidos pero no se suele usar en Latinoamérica y le dije “I mean since the term is only used in the US and in the US anybody can be anything and over there no one ever challenged you when you said you were Mexican, then, yes, you are Latina. But, don’t you really mean more like, are you really Mexican? y dijo que sí.
Entonces le dije que si el primero de noviembre los muertos regresaban de verdad en carne y hueso por un día, vivos, y si podríamos rentar el Estadio Azteca para llenarlo con todos sus antepasados, bueno digamos los que han vivido en los últimos 1,000 años, o por lo menos los que podrían caber, y si todas esas miles de gentes se sentaron en filas, cada fila con exactamente 8 asientos entre cada dos pasillos, que en cada fila de sus antepasados habrían 3 que hablaran alemán u otra lengua germánica, 2 que hablaran lenguas célticas, 1 que hablara vasco, 1 que hablara una lengua romance y 1 que hablara una lengua yutonahua. En ese estadio los hablantes de lenguas yutonahuas serían la misma minoría (12.5%) que los hablantes de vasco y lenguas romances, pero todavía serían miles de personas. Y le dije que no conozco la arqueología o la historia que nos podría decir en qué siglo llegaron hablantes de lenguas yutonahuas a Nayarit ni podemos saber si entre sus antepasados hay personas que estuvieron en Nayarit antes de los Coras y Huicholes y que adoptaron esas lenguas después, pero si consideramos que había lenguas yutonahuas en Nayarit por lo menos 500 años antes de que llegaron los españoles entonces quiere decir que ella ha tenido antepasados viviendo en lo que actualmente es el territorio mexicano cada día del año por más de 1000 años, o sea 800 años antes de que existió México.
Luego dije que el concepto del estado mexicano es un bebé de 200 añitos nomás pero aún en este milisegundo de la historia humana ella ha tenido parientes que jugaron papeles importantes (por bien o mal) en este estado-nación. Su tío-abuelo era el Secretario de Relaciones Exteriores. La hermana de su bisabuelo vendió las Islas Marías al gobierno mexicano. “Your abuelitos used to have Jorge Negrete over to dinner at their house just like we have Hiroto and Nestor come over now” le dije.
También dije que hay muchos Méxicos y muchos mexicanos. Hay mexicanos blancos que se ven como ella o más güeros, muchos de cierta clase y cierta cultura que han vivido en una burbuja y que no han visto ni saben de muchas cosas que ella sí ha visto y sí sabe de México. Creo que la mayoría de ellos no experimentan el mismo conflicto, por lo menos al mismo nivel, que ella porque vivieron en México durante toda la infancia y no tienen acento. Dije que también hay mexicanos morenos que nacieron en Estados Unidos y nunca han ni siquiera pisado en México, mientras que ella vivía un promedio de 3 meses al año en México desde nacida hasta los 11 años y todo el año de los 11 hasta los 19 años. Dije que los mexicanos de EEUU pueden tener interferencia del inglés en su español, igual que ella, pero quizás no experimentan exactamente el mismo tipo de rechazo que ella por su color.
En realidad, creo que mi hija es una mexicana única. De niña jugó con niños mexicanos migrantes en California, con niños mestizos de clase media-alta en Guadalajara, con niños zapotecos en Oaxaca, y con niños no mexicanos que estudiaron la primaria con ella en Australia y California, donde ella siempre les informó que era mexicana y nadie le cuestionaba. Muchos de todos esos niños, además de jugar con ella, mayormente jugaron con otros niños semejantes a ellos, que vivían en la misma ciudad todo el año todos los años por la mayoría de su infancia. Esto la hace a mi hija diferente. No la hace peor. Me atrevo decir que no la hace menos mexicana, aunque aparentemente muchos no estarían de acuerdo, como ella ya ha descubierto. ¿Por qué? Por 3 razones: 1) que es blanca; 2) que tiene una mamá extranjera; 3) que pasó gran parte de su infancia en el extranjero (y por los números #2 y #3 tiene rasgos culturales “no mexicanos” que son perceptibles, como tener el inglés como lengua dominante).
Entonces la conclusión de hoy en conversación #3791 de quizás 103, 258 que tendremos en la vida sobre este tema es que la identidad mexicana (igual que la identidad estadounidense) es una construcción bastante reciente que nace de un nacionalismo que si lo analizamos con profundidad—tanto sus orígenes como cómo se aplica el concepto sincrónicamente— vamos a descrubrir que está súper ligado a diferentes conceptos racistas que rechazáramos si los sacáramos a la luz. Bueno, fue la conclusión mía por lo menos, porque cuando terminé mi discurso, ahí sentadas en el sofá, ella reclinada, me di cuenta de que ya se había dormido y no sé qué tanto escuchó. Quizás estará soñando ahora del Estadio Azteca lleno de finados hablando vasco y huichol y alemán. Pues, por eso sentí la necesidad de teclear mi discurso aquí antes de dormir para que alguien sí me escuche. Buenas noches.